domingo, 31 de enero de 2010

Tandil vacacionanos


Tandil vacacionanos.
Ciudad cubierta de sierras
llevanos a escalar
que tus paisajes se hagan nuestros
al ponernos a andar.

A la orilla del Lago del Fuerte
el agua moja nuestros pies
nos creemos dueños de todo
cuando ciertamente es al reves.

Descubramos tu belleza
que empapa como la brisa,
en la sierra el Centinela
y la Piedra Movediza.

Pedaleemos tus calles
conozcamos tu poblado
cuanto cheto anda suelto
aquí, allá y en el otro lado.

Rememos cerca del dique
dejemos que el sol nos toque
en la orilla que no tiene pique
espera el fiel guardián Roque.

Si desprevenido voy a ninguna parte
pensando en comprar salames,
puede que me asuste el toparme
con uno de los nomames.

Meta truco, fernet y arroz
se fueron pasando los días
ahora te decimos adiós
querido cordón de Tandilia.



¡Para los seis locos lindos que hicieron de estas vacaciones una semana inolvidable!
Los quiero a todos de diferentes formas y colores.





lunes, 11 de enero de 2010

Harry

Esta poesía va dedicada a un amigo del cbc que no veo desde entonces pero que hizo más divertidos los días en los pasillos de Puan. Una vez creo que posteo en su fotolog algo referido a mí, no podía más que retribuirle con estos simpáticos versos.




Una vez conocí a un anarquista
lo recuerdo como si fuera hoy,
le decíamos Harry, se llamaba Cristian
en el msn abrazaba a su perro "toy".

Su atuendo era grandilocuente
boina y borcegos nunca faltaban
por desgracia era frecuente
que de bañarse ni hablara.

En sus remeras llevaba leyendas
pintadas a mano alzada
eran puro reflejo del pensamiento
de un seguidor de la "A circulada".

Hablar con él era interesante
por la pasión con que defendía su meta
yo a veces me sentía distante
y él, en lugar de la ese, pronunciaba la zeta.

Vegetariano me dijo ser
aunque bien yo no entendía
si sufría por los animales
¿por qué al aborto adhería?

Hacía artes marciales
no sé si kung fu o tai chi chuan
hace poco me contaron
que se lo vio comiendo un choripan.

Lo conocí en la facultad
Harry estudiaba historia
su mayor habilidad
era saber Dragon Ball de memoria.

No cabe duda alguna
de que en su sangre había anarquía
tendría desde la cuna
a Malatesta como guía.

Hace mucho que no lo veo
pensé hacerle un homenaje
no me salió bien o eso creo
si lo lee, me pego el raje.

¡Oh Harry! ¿dónde estarás ahora?
lo que daría por volver a verte
un día nos tenemos juntar
yo alquilo La patagonia rebelde.

¡Que buenos tiempos eran esos!
cuando charlábamos con alegría
de las injusticias, lo presos
y sobretodo de anarquía.

miércoles, 6 de enero de 2010

Cada día que te miro.

Me levanté temprano. Puede que sea porque tenía la garganta seca a causa del molesto aire que revolvía el ventilador, pero que no podía apagar por orden explícita de mi compañera de cuarto. En el fondo tenía razón, el calor de esa mañana surcaba los 30 grados. Tal vez había despertado a causa de mi cabeza, que ya marchaba y no podía dejar de pensar, o quizás se habían agotado los sueños de esa noche.
Sin poder decidir el motivo, salté de la cama. Fui directo a la pieza de mis padres a ver la hora que marcaba su radio reloj. Suelo hacer eso pues yo no tengo en mi cuarto. 4:34 marcaba en rojo. Era temprano, sobretodo por ser domingo.
Volví a mi cuarto, tomé Tokio blues de Murakami y bajé las escaleras. Como siempre, olvidé mi calzado arriba. Un tramo de escalera, descanso, giro y el segundo tramo. Luego la puerta de acceso a la cocina, cerrada con llave por costumbre de mi padre. Media vuelta para abrir, escuché un clac y deslicé la puerta. El piso de la cocina es mucho más fresco, mis pies lo agradecieron. Las baldosas tienen esa ventaja, a veces en verano me dan ganas de dormir en ese piso. Fui directo al zapatero donde guardamos el calzado de todos los integrantes de la familia. En mi casa existe una regla que es extraña en Occidente pero mucho más limpia: dejamos los zapatos en un sector de la cocina y al resto de las habitaciones accedemos en ojotas. Me coloqué, el par azul, unas ojotas "de afuera". Abrí la puerta de mi casa que da al patio y a la casa de mis abuelos. Era tan temprano que ni mi perra se había despertado.
Al principio mi idea fue subir a la terraza a leer hasta que el sol pegara fuerte y me molestaran los ojos. Pero en lugar de eso otro pensamiento se cruzó por mi cabeza. Abandoné el libro en la mesa y me dirigí para la puerta de salida.
Mi casa se encuentra ubicada en un pasaje, gracias a ello la cuadra es realmente tranquila, sobretodo un domingo a la madrugada. Los pasajes de barrio tienen un encanto especial, no sé si del todo agradable pero no puedo evitar creer que se encuentran de alguna manera hechizados, como si allí no ocurriera lo que en el resto de las cuadras o el tiempo pasara con otra frecuencia. Este pasaje tenía la particularidad de sumar más de 900 años entre todas las señoras que lo habitaban. Supuse que las historias que atesoran los viejos y sus casas deberían ser de lo más interesantes. Recordé que hacía no más de tres días había fallecido el viejo que vive a dos casas de la mía. Con el vivía su mujer: doña Carmela, la vieja apenas si se podía mover sola. Su familia se la había llevado el mismo día de la muerte del marido a un hogar geriátrico. Era una señora de lo más siniestra, siempre con el rostro apretado y barriendo la zanja. Cada vez que volvía a mi casa y pasaba por la suya, cortésmente la saludaba, como aprendí a hacer con todas las señoras del barrio. Pero la octogenaria apenas si me seguía con la vista. Digamos que eso alimentaba mi desagrado y la vez, mi curiosidad.
Resuelta a develar algo de la vida de la vieja salí de mi casa aun vestida con pijama. Después de todo eran las cinco de la mañana, no había peligro de ser descubierta, los domingos todo se retrasa un poco más. El cielo estaba limpiándose de a poco y las ramas de los árboles se agitaban furiosas por el viento. Caminé unos cuantos metros hasta el frente de la casa de la doña. Sabía que no iba a encontrarme con nadie pues la mañana anterior se habían llevado al matrimonio: uno iba a la "Estancia Las Flores", el otro para la Chacarita. La casa vecina tenía una pequeña parecita, la utilicé de escalón para entrar en la propiedad. Un pie en lo de "la Mirta", el otro en la pared de la vieja, un saltito y adentro.
Justo como lo había imaginado era una de esas casas antiguas estilo chorizo. El patio estaba un poco desprolijo, había mucha tierra en el suelo. Sin embargo los macetones con azucenas estaban impecables. Toda señora llegada cierta edad comienza a cuidar a sus plantas tal como lo hacía en su juventud con los hijos. Había además un par de sillas mecedoras, no pude resistirme a probarlas. Al mecerse se escuchaba el crujido de los hierros oxidados. Luego entré en la cocina. Todavía olía a lugar habitado. Era una mezcla de espiral para mosquitos, fruta y trapo sucio.
Pensé nuevamente en los secretos y las historias, estaba ávida de saber. Era tanta la emoción acumulada que mi corazón se iba a salir del cuerpo. En mi infancia había leído muchas novelas de Agatha Christie y ahora me sentía dentro de una de ellas. Fui directo para las habitaciones. Me detuve unos segundos en el marco de una de las puertas. Era la pieza de la vieja. Sentí como si una fuerza me tomara el cuerpo impidiéndome entrar. En seguida estiré con dificultad mi pierna y pisé el parqué. Ya adentro recorrí el cuarto. Tenía unas cajoneras altas adornadas con carpetitas en crochet, encima muchos portarretratos. En las fotos aparecía ella con otros personajes que no podría distinguir. Había una en blanco y negro de un joven muy apuesto. Tenía el peinado engominado de la época de mi abuelo. Supuse que sería su marido difunto. Se habría encontrado doña Carmela con… cómo era el nombre, nunca fui buena para los nombres. Mi padre suele decir que las almas de quienes se aman cuando se unen en la tierra luego se encuentran en el cielo, yo no sé si será cierto pero la idea me encanta. Revolví un par de cajones, luego los placares y la mesita de luz. En algún lugar debía haber una carta de amor, un testamento oculto, una confesión o un arma. Busqué por más de media hora, mientras escuchaba el tac tac del reloj de la mesa de noche. Un poco decepcionada por la fallida misión decidí irme de la casa. Ese cuarto solo guardaba medicamentos y papeles de caramelos de propóleo. Parece que la vida real no tiene el romanticismo de las novelas ni la crueldad de los policiales. Comencé a hacer el camino inverso para salir de la casa, coloqué una de las mecedoras cerca de la pared para pasar para el otro lado. Si algún familiar pasaba por allí en los próximos días advertiría que alguien había estado dentro. Debo reconocer que no me importó demasiado. Antes de saltar tuve muchas ganas de orinar, en realidad venía conteniéndome desde que me había levantado pero la excitación por la aventura de corromper una casa vecina logró que no advirtiera nada sino hasta ese momento. Dado que ya estaba allí y la urgencia llamaba a mi vejiga fui para el baño de la anciana. El baño estaba fuera de la casa, a la derecha de la cocina. Luego de ir, jalé la cadena y me miré en el espejo. Era uno de esos botiquines con el espejo partido en tres. Me imaginé vieja, con arrugas y ojeras. Dibujé mi imagen ya cansada de la vida, hastiada de la humedad del verano y el dolor de columna. Me vi, realmente me vi como una señora mayor, cómo se caían mis facciones, hasta hacerme un rostro tan desagradable como el de Carmela. La imagen se disolvió y entonces abrí la puertita del botiquín. Entre los peines y algunos clips para rulero había una foto del mismo hombre que el del marco de la pieza. Esta foto era diferente, tenía una dedicatoria al pie. Decía:
"Cada día que te miro me enamoro más,
cuando yo ya no te vea,
amor, no me olvides".
Tuyo siempre Lucio.
Lucio era el nombre, ahora lo recuerdo. Se estremecieron todos mis músculos. Deje todo en su lugar. Salí rápido del baño y de la casa, como si me hubieran dado cuerda. Caminé unos metros, entré al pasillo y luego a mi casa. Me quité las ojotas azules, abrí la puerta de living, nuevamente el clac para cerrar, subí las escaleras, entré en mi pieza y me acosté en la cama. Miré el techo por un rato pero no pude dormir, la angustia por el destino de Carmela, que había sido arrebatada de su casa sin siquiera haber podido recoger esa foto y la conmoción por el amor que ella le tenía a su marido me habían paralizado por completo. Hacia las once de la mañana comenzó la actividad del pasaje y de mi casa sin embargo, yo, ese domingo no pude hablar en todo el día.